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  • Ma. Catalina Jiménez

AMELITA BALTAR

UNA VIDA ENTRE LA IRREVERENCIA Y EL MANDATO.


“Yo siempre hice vida de hombre. Hacía lo que quería”, dice Amelita con soltura en una entrevista con Leila Guerriero y esa afirmación me queda dando vueltas. ¿Qué tanta libertad puede tener una mujer en un mundo tan machista como el tango porteño?


Fotografía de Ana Conde

Amelita Baltar nació en 1940, en Junín. Pasó sus primeros años en una chacra rodeada de animales, pero luego se mudó a Capital junto a su familia y se estableció en el paisaje que dominaría gran parte de su vida. Estudió música y guitarra y comenzó a cantar en un quinteto vocal de música folclórica con solo veintidós años: “Yo nunca decidí que me iba a dedicar a cantar. Un día vino un amigo y me dijo “Che, hay un conjunto de chicos”. Se les había ido la que cantaba y empecé”.


A su madre la describe como una divinura. A su padre como un alcohólico, pero apuesto. “Papá era una de las cosas más lindas que vi en mi vida, pero era terrible también”, cuenta en una entrevista con Marcela Coronel en Canal de la Ciudad. Tiene 78 años y se la ve fresca como una flor recién cortada. A Leila Guerreiro que la entrevistó unos años antes en su propio departamento, le cuenta que fue su padre quien le hizo perder el respeto por los hombres: “El hombre, mientras yo lo quería, bien. Pero después, chau”.


En 1963 se casó con Alfredo Garrido, en aquel entonces periodista, y tuvieron al primer hijo de Amelita, Mariano. Dejó de trabajar durante un año para dedicarse a la crianza de su hijo. Su exmarido lo reconoció con una mezcla de obviedad y orgullo: “Cuando nos casamos, se ocupó muchísimo de Mariano. Dejó su carrera para ocuparse de él”.

Me vuelvo a preguntar qué tan fácil era para una mujer comportarse como un hombre en una época en la que la crianza correspondía por orden divino a las madres.

Tres años más tarde se divorció, pero nadie en su familia se sorprendió. Ya sabían que no estaba enamorada, que solo se había casado para irse de su casa, porque aunque actuara con el desparpajo e irreverencia de los hombres, seguía siendo una mujer y para irse de la casa de sus padres primero tenía que casarse.


Amelita con sus veintitantos y su encanto natural se movía por Buenos Aires con su guitarra como único escudo y cantaba con voz rasposa el tema que le pedían una y otra vez: “Si lo vieran pasar al amor, no le cuenten mi pena, que no sepa que fue mi ilusión como huella en la arena…”. Ya en ese entonces acaparaba todas las miradas tanto por su talento como por su belleza.


Una noche cantando con el Quinteto Sombras en un café concert llamado 676, atrajo la mirada de Astor Piazzolla, bandoneonista y compositor argentino. Piazzolla había ido con un matrimonio cuyo hijo casualmente salía con Amelita. Piazzolla pidió hablar con ella, pero Amelita no supo mucho qué decirle. Para ella era un “señor gordito, con entradas en el pelo”.


Piazzolla la invitó a participar de María de Buenos Aires, ópera que estaba escribiendo junto a Horacio Ferrer. Le dijo que sí y enseguida empezaron los ensayos. María de Buenos Aires “es un tango, es una chica de un barrio que tiene ganas de venirse pa´ el centro. Es como ocurre con todos los tangos. Y en el centro pasan cosas, que no todas son buenas”, explica Amelita.


Paralelamente a los ensayos, ese señor gordito y con entradas en el pelo la invitaba a salir, de forma insistente, a ver una película, a tomar un cóctel en la Embajada de Estados Unidos, a tomar algo en su casa. “Y yo no, no, y me bajaba y me bajaba. Y me bajé cualquier cantidad de tiempo, hasta que un día me habré tomado dos whiskies de más, fuimos y pum. Hicimos el amor y me enganchó. Hasta que volvimos a hacer el amor pasó un tiempo. Pero tuve como un click. Me atrajo el gordito. Pero no me gustaba”.


Sin embargo, un año después vivían juntos, se convirtió en su compañera de escenario y el éxito llegó rápidamente. Su primer disco, Para usted, se lanzó en 1968 y ganó el Premio Revelación del Festival Nacional del Disco de ese año. En 1969 grabaron María de Buenos Aires. Ese mismo año se dio a conocer al mundo Balada para un loco. La cantaron por primera vez en el Luna Park y el público desconcertado la abucheó, pero cuando el lunes el disco salió a la venta se vendieron doscientas mil copias en cinco días.


En el escenario, Piazzolla la trataba como a uno más, controlaba sus movimientos y la hacía cantar en un registro más alto, acción que años más tarde le arruinaría la voz. Por algo los músicos lo llamaban “el Coronel”. Fuera del escenario también ejercía su poder sobre Amelita.

Cuando Mariano tenía siete, Amelita le anunció que iba a tener un hermano. Luego se lo comunicó a Astor que acababa de llegar de una gira por Londres y como respuesta recibió un cruel “¡Ya tenés un hijo, andate de acá y ponele Baltar, Piazzolla no le vas a poner a eso!” y así siguió durante días hasta que Amelita joven, insegura y herida no soportó más la situación. Le dijo que trajera a un médico. Abortó y cuando regresó a su casa tuvo que decirle a Mariano que el hermano del que le había hablado ya no iba a suceder. Su máscara de mujer independiente otra vez se caía.

El maltrato constante de Piazzolla la llevó a sentir que había una sola opción. Otra vez alguien más tomaba las decisiones por ella.

Muchos años más tarde Amelita diría acerca del aborto: “Yo creo que despenalizarlo está bien. Ahora, yo no apoyo el aborto. Yo lo que quiero que haya, como en tantas cosas en nuestro país, una enseñanza de cómo se deben cuidar” y haría hincapié en la forma en que crió a sus hijos, cumpliendo el rol de “padre” y de “madre” al mismo tiempo.


A pesar del suceso que atravesó junto a Piazzolla, siguieron juntos y fruto de esa fama que iban alcanzando surgió la posibilidad de irse a Roma, teniendo que dejar al hijo de Amelita en Buenos Aires, con su madre. Estuvieron un año y medio en Roma, viviendo a la vuelta de Piazza Navona, codeándose con Mario Trejo, escritor y dramaturgo argentino e incluso tuvieron la oportunidad de conocer a Cortázar.


Pasaron juntos seis años, pero estando en Roma, Amelita compró un pasaje para volverse a Argentina y estar en el cumpleaños de su hijo. Nunca más se volvieron a ver. Piazzolla la llamó e intentó recuperarla con la misma insistencia con la que la había invitado a salir en un primer momento. Amelita estuvo a punto de ceder, pero algo se había roto en el momento en que la hizo abortar y cuando él regresó finalmente para estar con ella, ya había conocido a alguien más: Ronnie Scally, quien además de ser su pareja, fue su manager. Con él tuvo a su segundo hijo: Patricio. Cuando el bebé tenía un año se separaron.


En los años siguientes, lanzó Nostalgias en 1978 y en 1989, Como nunca. La carrera de Amelita siguió, cantando, viajando por el mundo entero con su voz como bandera, sonriendo con la misma desenvoltura de antaño. Crio a sus dos hijos y hoy vive con una pequeña multitud de perros y gatos en su departamento de zona norte.


Mientras termino de escribir este artículo, le pregunto a mi viejo si conoce a Amelita Baltar y me tararea, con el poco talento musical que hay en nuestra familia, un pedacito de Balada para un loco. Cuando le pregunto si sabe algo más, me dice que cantaba, que era la mujer de Piazzolla. “¿No fue la última que tuvo?”, pregunta mi vieja desde el otro lado y se reafirma lo que ya sabía.

Amelita intentaba comportarse como un hombre, pero seguía siendo una mujer en un mundo en donde su lugar se determinaba en relación al hombre más cercano que tuviera.

Como a tantas otras mujeres, a menos que se la relea y se la reescriba va a seguir siendo siempre la sombra de alguien más, apenas un instante de todo su talento.


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