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  • Ma. Catalina Jiménez

CRUZAR EL PUENTE DE LA NORMA

LA VIDA DISRUPTIVA DE LILI ELBE.


Nació como un varón llamado Einar Mogens Wegener. A los veintidós años se casó con una mujer, Gerba, con quien compartiría atelier de arte durante años. En ese mismo taller nació, casi como un accidente, Lili Elbe. Cómo fue ser transgénero cuando siquiera la palabra existía, la vida de Lili funciona, de alguna forma, como una apertura de caminos que tardaría muchos años en visibilizarse.



Escucho el nombre Lili y pienso en una flor. De colores suaves, distintos tonos de rosa, un poco de rojo, una pincelada de naranja. Lili: una flor que se abre y se voltea suavemente en busca de la luz como un girasol, que desprende pétalos desde lo alto como un palo borracho. Lili Elbe se desprendió de su cuerpo para encontrar esa luz que la llamaba.


Antes de ser Lili fue Einar Mogens Wegener, nació en Dinamarca en la década de 1880 (el año varía dependiendo de la fuente) y estudió en la Academia de Bellas Artes de Copenhague, donde conoció a Gerda Gottlieb. Se casaron a los veintidós años y trabajaron como ilustradores.


Fue entre lienzos y pinceles que Lili Elbe comenzó a resplandecer. Una anécdota que se ve muy bien retratada en The danish girl, película dirigida por Toom Hooper, que cuenta la vida de Lili. Gerda (ahora Wegener) tenía que entregar una pintura cuando faltó la modelo. Sin más opciones, le tuvo que pedir a su esposo, aún Einar, que posara para ella. Einar se puso el vestido, cruzó la piernas y se quedó quieto. Mientras Gerda pintaba, Einar encontró a Lili. Dentro suyo se abrió una puerta y Lili salió.


La transformación que empezó como un vestido, zapatos y maquillaje para posar se transformó en un huracán. Einar fue desapareciendo de a poco, los bordes se volvieron difusos y dejó la pintura. Einar era pintor. Lili todavía estaba por verse. Por otro lado, Gerda también atravesó la tempestad. Todo empezó como algo con fecha de caducidad, un camino que tenía retorno, algo temporal, un juego, solo una faceta en la vida de su marido. Lili se iba y regresaba Einar, pero pronto se dio cuenta de que eso ya no iba a suceder. Einar ya no regresaría. Gerda tuvo que luchar consigo misma para poder aceptar a Lili y dejar ir a la persona que había sido su compañero hasta ese momento. Con el tiempo se amigó con la nueva versión de quien fuera su esposo tiempo antes: empezaron a ir a fiestas juntas, pasearon por Italia y Francia, iban a cafés, a galerías de arte. Gerda la presentaba como su hermana.


En un momento histórico en el que el género era algo estable, designado por la naturaleza, en el que no había posibilidad de cuestionar, ni experimentar, ni fluir, Einar se convirtió en Lili luchando contra una seguidilla de olas que lo revolcaron hasta dejarlo sin aire. Recién más de cien años después, se cuestiona, se pone en juicio, se estudia y se deconstruye el concepto de género, el significado de ser mujer, de ser hombre. Todavía se intenta separar lo anatómico de la identidad. Se busca definir sin cerrar puertas, sin encasillar, ni condenar. Se intenta entender sin quitar libertad. En cambio, a principios del siglo XX siquiera era algo utópico la idea de revisar estos cánones . Por eso es que las historias como las de Lili cortan con el curso de la historia como un rayo que rompe el cielo en plena tormenta.


A Lili no le alcanzaba con vestirse de mujer, quería que su anatomía coincidiera con lo que sentía. Estaba atrapada dentro de un cuerpo y una sociedad que no la comprendía. En 1930 pensó en suicidarse, pero descubrió a Magnus Hirchsfeld, un médico que trabajaba con cambios de sexo. Hirchsfeld descubrió que Lili tenía ovarios atrofiados. Einar había nacido intersexual.


Pasó por cinco operaciones. En su diario escribió: “No es con mi cerebro, ni con mis ojos, ni con mis manos que quiero ser creativa: es con mi corazón y con mi sangre, el deseo más ferviente de una mujer es convertirse en madre de un hijo”. Lili quería no solo sentirse mujer, sino también serlo, y para ella, la cuestión anatómica la completaba. También escribió: “Me siento una constructora de puentes. Pero es un puente extraño el que estoy construyendo. Estoy parada en un punto firme, el día de hoy. Y tengo que construir el punto siguiente. Pero no lo veo o lo veo vagamente o apenas lo sueño de vez en cuando. Y muchas veces no sé si el otro punto es el pasado o el futuro. Muchas veces esta pregunta me toma: ¿tengo un pasado o no tengo ningún pasado? ¿o sólo tengo un futuro sin ningún pasado?”.


Buscando ese pasado o construyendo ese futuro, Lili murió. No sobrevivió a la última operación, quedó a mitad de camino en ese puente que estaba materializando. Lili Elbe no llegó a cruzar del otro lado, no llegó a descubrir cuál era el futuro que le iba a tocar, pero dejó un legado para muchos que vinieron detrás de ella. Murió siendo quien era y dejando una gran herencia para todos los que también estaban intentando construir un futuro.


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