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  • Caterina Calcagno y Florentina Gajate

DESPEDAZÁNDONOS LOS HARAPOS O CONSTRUYENDO UNA CORAZA.

CARTA EDITORIAL, JUNIO 2021.


Escribe Caterina Calcagno. Ilustra Florentina Gajate.



I.


Todavía no empezó el invierno pero las temperaturas ya dicen que sí, que revisemos las cuatro estaciones porque hace tiempo que no existen, que dejemos de tapar el sol con la mano, que ahora son dos: verano e invierno. Podríamos extrapolarlas aún más: frío y calor. Ya no existe el clima de una época del año muy específica, el de usar short y buzo, el “clima de costa”, ya no existe el ir preparando la llegada de otra estación lento, planeado, disfrutando el mientras tanto; ir despedazándonos los harapos o construyendo una coraza más fuerte con el correr de los días. Afuera ya hace ese frío que deja escarcha en el pasto y en el parabrisas del auto. De la ventana de la habitación que tengo en la casa de mis padres veo el patio de tres vecinos con el pasto blanco de escarcha, todos tienen árboles con hojas amarillas cayendo y volándose; hay uno, un cuarto, que sobresale, está en un patio que no veo porque lo tapa el garaje de otro vecino, las hojas de ese árbol son rojas y más densas, pareciera que vuelan con una dirección preconcertada, con un objetivo, que saben dónde y cómo van a caer. Me sobresalto cada vez que una hoja roja pega contra el vidrio de mi ventana.


II.


El árbol de las hojas rojas ya está completamente pelado, ahora es un esqueleto de ramas común. Hasta el cielo lo opaca.


III.


De la nariz me brotan coágulos de sangre, borbotones de fluido bordó de un orificio. Me saco un selfie para documentarlo y la gente que la recibe no puede creer que en medio de una crisis pare a sacarme una foto. Como si nunca se hubieran sacado una foto llorando. Ayer fui a la dentista por una cuestión de encías y volví a mi casa con una muela menos y una orden de cirugía en mano. Otra vez sangré muchísimo y me saqué fotos que me guardé: esta vez la sangre me tiñó los dientes y el buzo que tenía puesto, nuevo y de color claro. Le tuve que pedir perdón por haberlo arruinado tan pronto, le dije que yo no sabía de la masacre, que tan lindo y tan guardado me daba pena, que por eso lo saqué. También le dije que no se queje, que no es grave lo que pasó, que piense en las bombachas, en los pantalones y en los uniformes de colegio, que esos sí tendrían algún derecho a elevar una queja, maltratados e invisibilizados. Vos usas la palabra invisibilizar para todo, me dice. Si siguió diciéndome cosas no lo sé porque lo rocié con agua y me dormí, porque además de sangre la boca estaba llena de anestesia.

Desde ayer, en el tarro de basura de la habitación hay muchos rollitos de gasa embadurnados en sangre que con el correr de las horas se van secando. Esos rollitos de gasa parecen pimpollos porque además de secarse se abren, se quieren despegar de sí, quieren ser algo más que una gasa que salió de la boca de una chica que las dejó ahí, sin desecharlas del todo pero sin abrazarlas. Otra vez el gusto a sangre en la boca, lo siento en la garganta, me baja y se expande por la tráquea cada vez que aflojo el apretón de muelas, el sabor me da placer y encuentro la forma de masticar la gasa como si fuera un chicle, es un poco volver a la adolescencia, comprar chicles para besar, para ser como todos, como si no fuera más lindo el sabor de la boca propia, del vino que tomamos o del pucho que fumamos.


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