- Caterina Calcagno y Florentina Gajate
HABLAR ES (UNA) FORMA DE CONOCERNOS
“El escritor no entendía por qué ella le contaba todo eso, como si no supiera que esa es la manera como la gente se conoce, contándose cosas que no vienen a cuento, soltando las palabras alegremente, hasta llegar a territorios peligrosos, a lugares donde las palabras necesitan del barniz del silencio”.
Alejandro Zambra, Mis documentos.

Normalmente salgo de la cama cerca de las 9 a.m, para entonces estoy despierta desde hace por lo menos una hora. Si me necesitan, trabajo desde ahí, si no, ocupo ese tiempo hablando sola para sacarme la voz de dormida, esa voz tan nasal que expone que por la garganta todavía no pasó ninguna infusión. El lunes que volví de vacaciones me costó horrores despegar la cabeza de la almohada, a pesar de que uso una “doble piso”, es decir, a pesar de que duermo con la cabeza posicionada a cuarenta y cinco grados, casi despegada. Dormir con la cabeza en posición (casi) vertical tiene su medio vaso lleno: puedo tomar agua sin chorrearme el pecho, puedo usar el celular sin correr el riesgo de que se me estampe en la cara y mi nariz ponga un like indeseado; también puedo googlear más rápido y más cómoda. El fatídico lunes post vacaciones, antes de levantarme, por ejemplo, guglié “compromiso”: acuerdo formal al que llegan dos o más partes tras hacer ciertas concesiones cada una de ellas. Fue la segunda respuesta que me devolvió el buscador. La primera es la que conjuga, no importa, pero la segunda me convence, sobre todo si pienso en términos de lo que está ocupando mi cabeza en estos días, Cachengue, me siento representada, aunque no tenga claro si mi compromiso es más fuerte con Floren o con la revista,
porque la línea que delimita a la amistad de la sociedad puede ser enorme o muy chiquita, y esa ambigüedad es lo que me blurea la eventual lucidez.
Una posible solución estaría ligada al fin del vínculo amistoso para darle paso en exclusiva a la sociedad -o viceversa- y eso, en lugar de una solución oscilaría entre una mala decisión y una pésima. Pienso que capaz le tendría que preguntar a ella qué opina, que por ahí yo siempre di por sentado algo que debería haber cuestionado, que caí en ese mal de época: que lo que se ve es inmediatamente verdadero. Y lo que yo veo es a una persona con una claridad envidiable (ella) y otra (yo) que nunca sabe, que no puede vivir con un método científico. Creo que esa es la única característica que se mantiene desde hace tres años cuando empezamos a pensar el proyecto, cuando todavía éramos otras: más jóvenes (obvio), con menos miedos (dudando), caminando hacia una heladería (que no encontramos). Hace tres años contextualmente también vivíamos otra realidad: como personas con capacidad de gestar, con menos derechos (sin aborto legal en Argentina).
El proyecto de la web surge porque, como dos madres que ven crecer a una hija, de pronto nos dimos cuenta de que ese bebé en la cuna ya no entraba, que necesitaba una cama porque había crecido y la estábamos obligando a moldearse. La cama que nuestra hija necesitaba se llama dominio. Postergarla hizo que creciera en otros sentidos, en creatividad sobre todo. Instagram es una buena cuna (plataforma) pero está hecha para ver, y
nosotras siempre tuvimos en claro que, además, teníamos algo para decir
de nosotras, de ustedes, de nosotres como sociedad, de nosotres como individuos. Nosotres diciendo cosas reales, festejando o reclamando. Respondiendo a una demanda o publicando contenido que parecía interesarnos a pocxs. Nosotres diciendo mentiras o verdades ficcionalizadas. Nosotras, ante todo, acompañadas. En dos años tuvimos más de diez colaboradores que me gustaría nombrar: Agustina Chalupowicz, Emilia Voelklein, Florencia Pérez, Victoria Rucci y Ona Touceda, Tomás Schuliaquer y Martín Salvucci, Natalia Mazzei y Fiorella Nucara, Julia Villanueva y Carolina Hernando, Felicitas Ordoñez, Luz Vettese y Agostina Colanero, Candelaria Pantaleón, Agustina Berardozzi, Sole Vela y Catalina Jiménez. Gracias a elles por también ser Cachengue.
Hoy es 25 de febrero, hace dos días que intento escribir algo pero tengo la cabeza en blanco, el mes de vacaciones que incluyó viajes con mi familia y con mis amigas me hacen sentir privilegiada, pero
sé que mi mayor privilegio, hoy en Argentina, es estar viva.
En lo que va del año (nada), contamos más femicidios que días, ahora pienso que en la carta podría seguir diciendo cosas pero pienso (como editora) que en realidad tengo que dejar espacio porque de acá a la fecha de publicación se van a agregar nombres a la lista de muertas a manos del patriarcado -voy a nombrar a cada una, a todas, porque Cachengue es una revista cultural dirigida por dos mujeres que se sienten en la obligación de hacerlo-. Nombrarlas es la forma de ocupar el espacio que tenemos para denunciar y para reclamar que no queremos que esta lista siga ocupando caracteres ni lugares en los cementerios: Guadalupe Curual, Florencia Cañete, Verónica Escobar, Ivana Módica, María Beatriz Farías, Emilse Stefanía Gajes, Silvina Rojas, Raquel Rojas, Mirna Elizabeth Palma, Rosita Marina Patagua, Vanesa Carreño, Florencia Figueroa, Úrsula Bahillo, Carmen López de Vargas, Noelia Vanessa Lobo Noble, Ángeles Castañares, Liliana Beatriz Stefanatto, Melisa Moyano, Milagros Orieta, Noelia Vanina Sánchez, Melina Laura Rojas Urbano, Melina Rojas Urbano, Esther Mamani Canaviri, Rocío Macarena Quesada, María Belén Montenegro, Rosa Gabriela Vallejos, Nilda Peano, Margarita Mercedes Zárate, Ivana Soledad Juárez, María José Villalón Escudero, Corina Soledad Irazu, Carla Yanina Gomelsky, Cintia Edith Romero, Jacinta Ester Acosta, Karen Jazmín Ponce, Yésica Viviana Palma, Felipa Correa, Natalia Maldonado, Marcia Acuña, Nancy Villa, Jaqueline del Carmen Pino, Anabella Viviana Olmos, Alicia Moreno, Ana Astorga, Yésica Celina Paredes, María Florencia Ascaneo, Mariana Madonna, Gabriela Verónica Lencina, Noelia Albornoz, Analía del Rosario Barbosa Martínez, Elisa Robles y Graciela Flores.
Ni una muerta más, #NiUnaMenos entre nosotres.
Enteramente, esta carta se la dedico a las mujeres que nos leen.