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  • Agustina Berardozzi

LA TV Y LA ETERNA JUVENTUD


Friends: The Reunion


A casi 30 años del estreno de Friends, hubo reencuentro de les protagonistas, y la pregunta es: ¿Por qué Matthew Perry parece el padre de Courtney Cox si en la serie tenían la misma edad y eran pareja? ¿No hay algo que está mal? Nada es casual.


Collage: Manuela Martinez

Hace pocas semanas las redes sociales y los portales de espectáculos nos mostraron que les protagonistas de la serie yankee de los 90, Friends, se habían reunido después de casi 30 años del boom. La tira tiene diez temporadas que transcurrieron desde 1994 al 2003, y como es obvio, les personajes cambiaron muchísimo. ¿Cambiaron?


Jennifer Aniston, Courtney Cox, Lisa Kudrow, Matt LeBlanc, Matthew Perry y David Schwimmer hablaron sobre lo que significó la serie y rememoraron escenas clásicas. Aunque sus fans pusieron más el ojo en los cambios de looks y el paso del tiempo de las estrellas de Hollywood y esto abrió un debate interesante: ¿Acaso es casualidad que sean las mujeres quienes "parecen de 30" cuando en realidad todes rozan los 60 años?


Hace 30 años, Naomi Wolf (escritora estadounidense nacida en 1962) escribía su libro llamado El mito de la belleza, y decía: “Un mayor número de mujeres tenemos más dinero, más campo de acción y más derechos legales que nunca, pero en cuanto a cómo nos sentimos respecto a nuestro físico es muy posible que estemos en realidad peor que nuestras abuelas no liberadas”. Y todavía tiene razón.


Sabemos que históricamente las mujeres hemos sido moldeadas como objeto de consumo de los hombres. El heteropatriarcado, nuestro principal enemigo, nos ha formateado acerca de qué es ser bella y nos asegura que si cumplimos con esos cánones que intenta imponernos, daremos paso a la apertura de las puertas del paraíso.


La industria y el tan mencionado capitalismo nos ha hecho creer que debemos permanecer en una juventud eterna y que para ello necesitamos: maquillarnos todos los días, usar cremas antiarrugas desde muy chicas, consumir alimentos químicamente transformados, meter nuestros cuerpos en talles unicos y por qué no, realizarnos cirugías estéticas. Las publicidades nos muestran pieles increíbles e irreales, sin marcas ni arruguitas producto del photoshop, que nos incitan a consumir determinados productos, pero ¿a quiénes le hablan? Claro, a las mujeres. Porque los hombres parecen estar totalmente exentos de ello.


Si bien el mandato de belleza también está ligado al varón blanco y heterocis (macho, musculoso, carilindo, joven y atractivo), es mucho menos visible. Por el contrario, en los hombres se instalan cuestiones ligadas a que en la naturaleza de sus cuerpos, está lo atractivo: “los hombres con barriga resultan igual de sexy que los musculados”, “un estudio asegura que las mujeres se sienten atraídas por hombres que tienen panza”. Y bueno, si. El bendito patriarcado.


Liliana Hendel, periodista y psicóloga feminista, reflexiona sobre este tema en su libro y explica que


ser flaca y joven son dos ideales construidos a contramano de la naturaleza y que sostienen negocios multimillonarios.

“La que dispone del dinero y puede gastar lo hace, la que no, muchas veces desearía poder hacerlo para ser como la modelo de la revista o la tele”, agrega.


No es casualidad, dice Naomi Wolf, que al mismo tiempo que las mujeres crecían en igualdad y libertad, justo cuando empezaban a romper las estructuras del poder y los métodos anticonceptivos eran incorporados a la vida cotidiana, los desórdenes alimenticios se multiplicaran y las cirugías plásticas se volvieran la especialidad médica de más rápido crecimiento.


Pero, ¿cómo salimos de esta trampa? Creo que es muy difícil y es parte de un proceso largo, pero apostamos a seguir creyendo en la sororidad como herramienta y sistema, como antídoto. Este concepto político nos habla del ejercicio que implica construir lazos, complicidades y proyectos con otras, para poder salir del mandato de la autocrítica. Las amigas, las redes y los lugares a donde nos lleva el feminismo pueden ofrecernos sitios donde poner en debate aquello que nos incomoda pero que deseamos hablar. Las voces propias crecen en comunidad y vamos hacia una construcción feminista del amor.


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