- Ma. Catalina Jiménez
LEONORA CARRINGTON: LA NO-MUSA DE LOS SURREALISTAS.
Caballos blancos, animales mitológicos, escenas oníricas, paisajes de su infancia y otra gran cantidad de elementos dispersos pero coherentes (si sabemos leerla) habitan las pinturas de Leonora Carrington.

Nació en 1917, en Clayton Green, Inglaterra. Pasó su infancia en una mansión de muros altos y torres, escuchando las historias folklóricas irlandesas que le contaba su madre. La expulsaron de varios internados. A los veinte tuvo un romance con un artista mucho mayor que ella, y se encontró con el surrealismo, como si regresara a un lugar que ya conocía.
“Yo caí en el surrealismo porque sí. Nunca pregunté si tenía derecho a entrar o no", explica en una entrevista que dio a El País a los setenta y cinco años. Toda una vida pintando y no terminó de responder ciertas preguntas, no porque no pudo, sino porque no le interesaba: “Mi principio de vida, como artista, es no explicar nada”.
Leonora Carrington fue pintora y escritora, pero también fue mujer y eso siempre determina el curso de los acontecimientos. El surrealismo comenzó en los años 20 en Francia. Buscaba representar los sueños, el imaginario, los deseos. La mayoría de sus representantes eran hombres, porque las mujeres cumplían el rol de musas. Aunque Leonora llegó a París joven y como la amante de Marx Ernst, desde un primer momento defendió su lugar como artista. Confiesa no haber hecho nada para cambiar la visión de los demás, pero la postura que tomó marcó un ejemplo para otras.

Durante la segunda guerra mundial su camino dio un giro brusco. A Marx Ernst se lo llevaron a un campo de concentración, y Leonora se fue a España, presa de una gran depresión. Su padre la mandó a buscar y engañada la internaron en un hospital psiquiátrico en Santander. Logró salir y el destino y un matrimonio con Renato Leduc la llevaron a México, tierra en la que pasó el resto de su vida.
Se divorció al corto tiempo y se volvió a casar con Emérico Weisz, fotógrafo hungaro, con quien tuvo dos hijos. La primera muestra la organizó en una tienda de muebles. En México conoció a Octavio Paz, a Diego Rivera, a Fridha Kahlo y a José Clemente Orozco, pero se hizo amiga de Lee Miller, Leonor Fini, Meret Oppenheim y Remedios Varo. En una entrevista destaca la importancia de esos vínculos:
“Necesitaba amigas. Crecí con tres hermanos y con el concepto opresor de los hombres sobre las mujeres, algo que nunca he tolerado. Aunque se ha avanzado, todavía hay muchas mujeres sometidas. Y no es que seamos mejores que los hombres, pero reclamo el derecho a vivir, a ser como ellos”.
Su obra, que por momentos parece una pesadilla y por momentos un cuento de hadas, nos muestra un mundo oculto, repleto de seres que podríamos cruzarnos en un bosque inglés o en una leyenda irlandesa; un mundo al que solo tenía acceso Leonora. Con sus pinturas, esculturas y escritos, no solo nos legó un universo que de otra manera no habríamos conocido, sino que también nos dejó el ejemplo de la valentía para que más mujeres artistas sigan ocupando el espacio que les corresponde.