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  • Tomás Schuliaquer

YA NO DISTINGO MIEDO Y FELICIDAD

Es domingo, pasaron las diez de la noche y dos policías cargan urnas en un micro en la puerta de la Escuela Técnica Nro 32 Gral. San Martín del barrio de Chacarita. Tengo mi bolsa de tela con las carpetas de las actas de la Comuna 15. Descanso porque durante el día me moví rengo: el sábado a las doce del mediodía, en la puerta de la Clínica San Camilo, mientras respondía un wasap a uno de los fiscales del circuito que teníamos que cubrir con Flor, pisé en el hueco de una baldosa rota. Sentí, en el cuerpo, la memoria de las lesiones, como si uno pudiera ver con la piel, como si hubiera hecho una suerte de radiografía mental en movimiento, vi los ligamentos doblarse y la parte inferior del hueso de la pierna tocar el suelo. El vendedor de flores se me acercó, me preguntó si estaba bien, tardé mucho en poder decir algo. Me senté en el cemento que cubre el árbol de la cuadra, y unos segundos largos después le dije gracias, pero por dentro pensaba por qué no podía aguantar dos cuadras sin mirar el teléfono, llegar al local y responder, y también pensaba cómo iba a hacer el domingo porque sin dudas era un esguince de tobillo. Por eso ahora, en la puerta de la escuela, tengo que estar quieto, sentado, y me convierto en observador privilegiado de los dos policías que salen, se saludan con un beso, dos policías hombres que se saludan con un beso, cosas de nuestro país. Sale, por último, un grupo de personas, y atrás se cierra la Escuela Técnica Nro 32 de forma definitiva. Flor me manda un wasap, va a buscar la carpeta a la escuela de Eliana, la última fiscal en cerrar de nuestro circuito, y me levanta. Ella estuvo desde las siete de la mañana con el auto, repartimos viandas, repusimos boletas, cubrimos turnos fiscales que debían votar en otras escuelas.



El grupo de personas que quedó habla de lo tarde que se hizo, del frío, y uno dice que la autoridad de mesa cobra mucho más, treinta mil pesos. Esperan algo. Y hablan de la espera. Dicen: necesito irme, en una hora y media entro a trabajar, voy a perder quince lucas por estos hijos de puta, hasta La Matanza dos horas tenemos. Entonces reconozco a la que fue fiscal general: está con el teléfono y dice ahí me atiende, ahí me atiende. Tengo frío desde temprano porque la bota deja el pie al aire libre, Flor a la mañana me dijo: cómo no te pusiste dos medias, o una de lana al menos, una bien abrigada como para la nieve. Desde que estas personas hablan del frío y de las dos horas de viaje, yo siento el pie izquierdo helado, me identifico con el tema del frío, pero me cuesta empatizar con el tren, su viaje de vuelta, porque Flor me va a llevar al búnker, a cinco o diez cuadras de donde estamos.


La fiscal general habla por teléfono en altavoz y el resto, en ronda, escucha. Somos once, dice, conmigo doce. Del otro lado del teléfono, y esto yo también lo escucho, hay gritos, voces de gente que parece borracha. La fiscal general, apoyada en una bicicleta mountain bike, pregunta quiénes son de la de Newbery, y una dice ahí éramos cinco y acá siete, somos doce, dos escuelas, esta es la Nro 32. Cuántas carpetas, repite la fiscal general, y una mujer de alrededor de sesenta años, de un metro y medio y el pelo teñido de rojo, dice, once carpetas, hay once. Otra grita: hace frío, tengo dos horas de viaje, cuándo van a venir. La fiscal general repite, una, dos y más veces, al teléfono, las mismas palabras: dos escuelas, doce personas, once carpetas, Newbery cinco y la Nro 32 siete, cuándo van a venir. No puedo dejar de pensar en el resultado de las elecciones, me da ansiedad, le mando un wasap a Flor, le pregunto cuánto le falta, y después la fiscal general dice me cortó, esta pelotuda me cortó. La señora que tiene las carpetas, la pelirroja de sesenta años, dice la llamás ahora de nuevo, estas carpetas no se las doy hasta que no nos paguen a todos. Un hombre con una gorra de visera blanca y roja y una campera negra de una empresa de carne, dice estoy perdiendo quince lucas, si no me voy ahora no llego al otro trabajo y pierdo quince lucas. La fiscal general dice estaban borrachas, y les pregunta si no escuchaban lo borrachas que estaban las minas, y agrega que alguien llame a Carlos. Otra mujer, de cuarenta años, se sienta al lado mío y mira el celular: Patricia le ganó a Horacio, le dice al resto. La señora con las carpetas me mira, creo que por primera vez alguien se da cuenta de que estoy, y me dice no nos dieron nada de comer, yo vivo en Laferrere, él no llega al trabajo, ellos viven en Catán, él tiene Parkinson, esto es un desastre, vos viste el frío que hace, nada nos dieron, somos de La Matanza, tenemos dos horas. Le digo que es un escándalo, hay que denunciarlo, y ella me pregunta si yo también estoy esperando que me vengan a pagar. Le digo que no. Dice voy a llamar a Crónica y les voy a hacer quilombo, no hay nada de comer, gracias que otros fiscales nos dieron sandwiches que les sobraron, él tiene Parkinson, nosotros tenemos dos horas de viaje, vos viste el frío que hace, pregunta, somos de La Matanza y todavía estamos acá. Siento como si el pie se me hubiera dormido, o como si el hielo me hubiera traspasado la bota, la media, la piel: es un bloque de hielo. Quiero escribirle a Flor. Voy a llamar a Crónica y voy a hacer quilombo.


La fiscal general grita miren el grupo, reproduce un audio y una voz de hombre, ronca, dice: las carpetas las van a tener que venir a buscar a Lanús, yo me voy a la mierda y hasta que no me paguen no les voy a dar nada, vengan a buscar las carpetas a Lanús. Hay gritos, alguno aplaude, otro putea. Hace cada vez más frío, la calle está vacía, son casi las once, las luces de la escuela están apagadas, y la fiscal general dice ahí me da tono. Se vuelve a armar una ronda silenciosa a su alrededor. Carlos, una señora se desmayó, tiene setenta años, vos viste el frío que hace, vengan a pagarnos. Un pibe de veinte años grita las van a tener que venir a buscar a Catán, y la señora de las carpetas dice que uno está el compañero pierde quince lucas por esto, que va a llamar a Crónica, que tienen que entrar a trabajar a las cinco de la mañana. La fiscal general dice que si no vienne ahora se van con las carpetas. La señora pelirroja me mira, aunque estoy sentado medimos casi lo mismo, y me dice a ellos les importan estas carpetas, no se las voy a dar hasta que no nos paguen a cada uno, hasta que no le paguen a todos no entrego las carpetas. La fiscal general corta y dice que van a venir, cree que se asustaron con lo del desmayo, le dijeron que en diez minutos les pagan a todos y se llevan las carpetas. La señora pelirroja dice me voy a tirar al piso para que vean. Se acomoda y se acuesta en las baldosas heladas, con las carpetas, y hay un estruendo de risas. Todos se ríen a los gritos, golpean el piso, la fiscal general le saca una foto mientras se ríe a carcajadas, la foto debe haber salido movida. Solo hay uno, el que tiene Parkinson, que está con las manos en los bolsillos de la campera y cada diez segundos hace un gemido que imagino una risa, es como si tosiera, pero también lo veo preocupado, y yo un poco me preocupo porque todos se ríen pero la señora en el piso parece desmayada, no se mueve, y si no fuera porque nadie deja de reírse yo pensaría que le pasó algo grave. La fiscal general, que en el escrutinio me había ofrecido un chicle mientras me decía esto es un embole, me quiero ir a la mierda, saca una foto a la señora, y yo pienso que el piso está helado. La señora quiere levantarse y el que tiene Parkinson, se acerca en silencio, la ayuda, es el único que no se ríe, él se inclina y le ofrece el cuerpo como sostén, ella se agarra de él para levantarse. Se escucha un estampido.


En la vereda de enfrente, tres pibes de menos de veinte años corren y golpean containers, tachos de basura. Pienso si es un festejo. El que vive en Catán grita policía, policía, todos se ríen, y los pibes corren más rápido, con miedo, o tal vez felices, ya no distingo miedo y felicidad. La chica que contó que Patricia le había ganado a Horacio se mantiene atenta pero ajena a las risas, los gritos, y vuelve a decir que ya se confirmó, ganó Patricia, que nos vengan a pagar y nos dejen ir. Deben estar festejando estos, dice otro. Voy a llamar a Crónica y les voy a hacer quilombo, ni nos dieron para comer. La señora abraza las carpetas como un trofeo, o mejor, como un tesoro, como si ahí guardara la solución a nuestros problemas. Me mira. Dice: estas carpetas les importan mucho a ellos, hasta que no nos paguen a cada uno de nosotros, hasta que no nos paguen a todos, no se las doy. La fiscal general dice que alguien vuelva a llamar a Carlos, que deben estar retrasados por el festo. El de la campera de la carnicería prende un cigarrillo, camina en círculos y repite pierdo quince lucas. Quince lucas me hacen perder. Uno dice ahí viene un auto con balizas, debe ser ese. El auto frena, es rojo: Flor. Me sale decirles, y es la única vez que les hablo a todos, que es para mí. Hay un silencio. La señora con las carpetas me dice que tengo suerte. Les grito fuerza y que espero termine pronto. Alguno me saluda con la mano, la mayoría no me registra. Voy al auto, miro las baldosas, el asfalto. Camino despacio, atolondrado, inseguro. Un paso, otro, después otro.

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